
Decía en una nota anterior que una regresión a una vida anterior es la experiencia más extraordinaria que uno pueda tener. Sobre la realidad de su existencia es ya vana cualquier discusión – sería tanto como discutir la validez de la ley de la gravedad.
Es un hecho que somos energía pura metida dentro de un empaque que se llama cuerpo físico y que vivimos una encarnación en medio de unos entornos social, cultural, familiar, geográfico, político y económico determinados. Pero, igual, es indiscutible que esa “persona” que actualmente somos, es una de las múltiples manifestaciones temporales de un ser interior que es mucho, muchísimo, más antiguo y más sabio que la persona que ahora conocemos y los demás conocen.
La experiencia de la regresión es una especie de estimulación de la memoria del ser interior, no de la persona, esa no tiene sino un pequeño disco duro que almacena selectivamente lo que nos ocurre en la vida terrenal actual. Nuestra memoria como “persona” es limitada entonces por nuestras condiciones cerebrales y los setenta u ochenta años que vivamos, mientras que la del ser interior es infinita, intemporal.
En la regresión identificamos a los seres interiores que igual habitan dentro de otras personas que ahora conocemos y tratamos. Gracias a ello comprendemos ciertos afectos y desafectos que inexplicablemente sentimos por ciertas personas que en esta vida nos acompañan de nuevo desempeñando roles distintos. Por ejemplo, una prima hermana mía, nacida el mismo día que yo, por quien siento un muy especial afecto, resultó haber sido mi madre hace cerca de tres siglos.
No faltará quien encuentre esto bastante fantasioso, es natural. O gracioso, como el comentario que me ha hecho llegar Memo Cabrera.
Es un hecho que somos energía pura metida dentro de un empaque que se llama cuerpo físico y que vivimos una encarnación en medio de unos entornos social, cultural, familiar, geográfico, político y económico determinados. Pero, igual, es indiscutible que esa “persona” que actualmente somos, es una de las múltiples manifestaciones temporales de un ser interior que es mucho, muchísimo, más antiguo y más sabio que la persona que ahora conocemos y los demás conocen.
La experiencia de la regresión es una especie de estimulación de la memoria del ser interior, no de la persona, esa no tiene sino un pequeño disco duro que almacena selectivamente lo que nos ocurre en la vida terrenal actual. Nuestra memoria como “persona” es limitada entonces por nuestras condiciones cerebrales y los setenta u ochenta años que vivamos, mientras que la del ser interior es infinita, intemporal.
En la regresión identificamos a los seres interiores que igual habitan dentro de otras personas que ahora conocemos y tratamos. Gracias a ello comprendemos ciertos afectos y desafectos que inexplicablemente sentimos por ciertas personas que en esta vida nos acompañan de nuevo desempeñando roles distintos. Por ejemplo, una prima hermana mía, nacida el mismo día que yo, por quien siento un muy especial afecto, resultó haber sido mi madre hace cerca de tres siglos.
No faltará quien encuentre esto bastante fantasioso, es natural. O gracioso, como el comentario que me ha hecho llegar Memo Cabrera.