domingo, 30 de marzo de 2008

Regresiones


Decía en una nota anterior que una regresión a una vida anterior es la experiencia más extraordinaria que uno pueda tener. Sobre la realidad de su existencia es ya vana cualquier discusión – sería tanto como discutir la validez de la ley de la gravedad.
Es un hecho que somos energía pura metida dentro de un empaque que se llama cuerpo físico y que vivimos una encarnación en medio de unos entornos social, cultural, familiar, geográfico, político y económico determinados. Pero, igual, es indiscutible que esa “persona” que actualmente somos, es una de las múltiples manifestaciones temporales de un ser interior que es mucho, muchísimo, más antiguo y más sabio que la persona que ahora conocemos y los demás conocen.
La experiencia de la regresión es una especie de estimulación de la memoria del ser interior, no de la persona, esa no tiene sino un pequeño disco duro que almacena selectivamente lo que nos ocurre en la vida terrenal actual. Nuestra memoria como “persona” es limitada entonces por nuestras condiciones cerebrales y los setenta u ochenta años que vivamos, mientras que la del ser interior es infinita, intemporal.
En la regresión identificamos a los seres interiores que igual habitan dentro de otras personas que ahora conocemos y tratamos. Gracias a ello comprendemos ciertos afectos y desafectos que inexplicablemente sentimos por ciertas personas que en esta vida nos acompañan de nuevo desempeñando roles distintos. Por ejemplo, una prima hermana mía, nacida el mismo día que yo, por quien siento un muy especial afecto, resultó haber sido mi madre hace cerca de tres siglos.
No faltará quien encuentre esto bastante fantasioso, es natural. O gracioso, como el comentario que me ha hecho llegar Memo Cabrera.

sábado, 22 de marzo de 2008

Insumisas


Es realmente sorprendente el Facebook como medio de reencuentro con viejos, y sobre todo viejas conocidas, a quienes les habíamos perdido la pista. Hace unos días me apareció allí una amigaza caleña, con quien desde hacía muchos años no dialogaba. Como la cosa es con fotografías, vinieron primero los protocolarios elogios de reconocimiento (estás igualita, etc.) , antes de entrar a manteles en una deliciosa conversación.
- ¿ Y tu esposo quién es? Le pregunto con sincero interés, pues esta muchacha – ahora cuchacha – era todo un primor en su juventud por sus virtudes y su belleza, con lo que era de esperarse que se casara con un príncipe.
- No, no estoy casada, tengo una hija y vivo sola hace dieciocho años, me dice sin el menor asomo o dejo de melancolía en su voz, más bien me pareció que se ufanaba de ello.
- Ah, vainas, lo siento, le digo, a lo que me responde de inmediato que para nada eso es un fracaso, que por el contrario: vive muy feliz como está. - Trabajo duro pero igual rumbeo y me divierto estudiando cuanto postgrado o curso se me antoja, además viajo mucho, agregó. (Ella es vicepresidente comercial de una aseguradora transnacional).
- ¿Y tu corazón, está desocupado? le pregunto entonces.
- Sí. Contesta ella.
- ¿Y la entrepierna? le pregunto con la franqueza que nuestra confianza permite
- Esa no tanto, dice, así ya no sería vida. Mejor dicho, me enamoro y me desenamoro con cierta frecuencia, sin caer en el error de hipotecar mi vida ni someterme a nadie, nada de compromisos férreos de unión ni cosa parecida. Vivo feliz soltera.
Bueno, lo que siguió de nuestra charla ya no es asunto de ustedes, amables lectores, lo interesante de esto es la generalización de este tipo de actitud frente a la vida de numerosas mujeres, la mayoría de ellas profesionales, quienes, como lo escribiera antes, prefieren tener más hijos que marido. Ya el hombre en santo matrimonio ha venido perdiendo importancia como sueño de vida para la mayoría de jóvenes, que encuentran en su desarrollo profesional y económico un mundo mucho más atractivo e interesante que el de colgarse un “de” con el apellido de su esposo y dedicarse al hogar o a las actividades sociales con sus pares.
Quizás influidas por las únicas lecturas de entonces (Blanca Nieves, La Bella Durmiente), las niñas de hace cuarenta años y más desde que tenían uso de razón se fijaban como su gran propósito de vida, su sueño a realizar, casarse; la que no lo lograba antes de los treinta era considerada “quedada”. Seguramente de lo que se trataba, en el fondo, era de iniciar su vida sexual, pues hacerlo estando soltera era considerado impropio, eran tomadas como “putosas”.
La cosa hoy es bien distinta, la mujer realmente se liberó de ese anquilosado paradigma social del matrimonio y avanza a pasos agigantados en la conquista del mundo empresarial, político y financiero, confirmando que la quinta gran revolución contemporánea es la del género. Todo un reto para los jóvenes: si quieren conquistar hembras que valgan la pena les tocará esforzarse mucho para sobresalir intelectual y profesionalmente. Con las de antes bastaba la chequera para entusiasmar a los suegros.