
No son pocos los amigos y conocidos que tenemos, quienes se transforman sorprendentemente con unos tragos en la cabeza, poniéndose latosos, groseros, agresivos, locuaces, o simplemente se duermen sobre una mesa o vomitan. Todo ello desagradable.
El traguito se usa para todo en estos países: para hacer negocios, para hacer amigos, para enamorar, o sencillamente para departir con los amigos y familiares. En el caso de los tragos “comerciales”, que son aquellos que debemos tomarnos con nuevos clientes o asociados, es importantísimo tener en cuenta que quien bebe se extrovierte y quiere hablar de más, entonces lo que hay que hacer es dejar que eso lo hagan ellos y no uno. Nada más impolítico y jarto que poner a los demás a escucharnos nuestras historias; ganamos más si las escuchamos nosotros, el sacrificio a veces bien vale la pena, de hecho es una inversión de tiempo que nos reditúa muchas veces más que las inversiones monetarias. Esto mismo es exactamente válido para el caso de los tragos cuando se está en trance de seducción.
Se necesita una gran dosis de autoconciencia para manejar el nivel del efecto del licor en la cabeza, así como para admitir que podemos mejorar muchas cosas cuando estamos tomando trago. La solución no es decir “mejor no bebo”, hay que beber, no porque el cuerpo lo necesite, sino porque así no lo queramos, resulta indispensable a la hora de las relaciones públicas. Por ello es mejor hacerlo lo menos mal posible.